Llegué a mi primer clase de yoga, más por la insistencia de mi amiga que por mi propia convicción. Después de haber intentado correr, ir al gimnasio y aerobics y terminar aburrida y adolorida, decidí darle una oportunidad al yoga. Mientras la maestra nos hablaba de respirar y vocalizar un “om” yo pensaba: ¡no sé qué hago aquí!
La primer postura fue “perro mirando hacia abajo” y aunque jamás había hecho o siquiera visto esta postura, mi cuerpo pareció reconocerla, fácilmente me acomode y se sintió tan bien… una liberación, un descanso. Mi cuerpo parecía decirme: ¡he esperado 25 años a que hicieras esto!
Al terminar la clase me sentí maravillosamente bien, como que había habitado mi cuerpo de una manera diferente, una sensación totalmente nueva para mí. Entusiasmadas, mi amiga y yo acordamos volver la siguiente clase. Desde entonces comencé mi historia de amor con el yoga y hoy a los 40 años, estoy más enamorada que nunca.
Comencé de manera poco constante. Al principio era una manera genial de hacer ejercicio, me parecía una excelente combinación que ayudaba a mejorar mi salud, así que me sentía bien conmigo misma, me ayudaba a mantener mi figura, satisfaciendo esa vanidad de mujer, y además me mantenía de buen humor. Antes de iniciar las clases o al final, las alumnas se quedaban a conversar y hablar de vegetarianismo, de medicina tradicional, de reiki, de blablabla. A mí no me interesaba nada de eso, e incluso pensaba: Nunca dejaré que me afecten esas ideas raras. (¡!)
Transcurrieron los meses y poco a poco iba descubriendo más razones para asistir a mi clase. Si me ausentaba demasiado tiempo, mi cuerpo y mi mente lo reclamaban. De pronto la idea de cantar el “om”, o de dejarme llevar por mi respiración, o de observar mi mente estando acostada inmóvil en el piso, no me parecía tan loca. Me tope con un libro que se llama “Yoga for dummies” de Georg Feuerstein y Larry Pane. Era un libro viejo, se notaba en las fotos, y algo maltratado. Escrito y diseñado de forma simple y clara, para no asustar a los escépticos como yo, hablaba de lo que hay detrás de las lindas posturas de yoga que nos parecen como de bailarines o contorsionistas. Me pareció un libro lleno de cosas interesantes. El yoga parecía hacer mucho sentido no solo en mi cuerpo sino en mi mente y en mi corazón también. No hablemos del espíritu porque yo me solía llamar atea y no creía en espíritus!